
Los resultados electorales de 2025 en La Paz, Oruro y Potosí marcan el fin de la hegemonía del MAS en el occidente del país. El avance de Rodrigo Paz y Jorge Tuto Quiroga evidencia una ciudadanía que busca nuevos liderazgos ante la crisis institucional, el desgaste del oficialismo y los conflictos no resueltos.
Durante más de una década, La Paz, Oruro y Potosí fueron el sostén electoral del Movimiento al Socialismo (MAS), garantizando mayorías abrumadoras y estabilidad al proyecto político liderado por Evo Morales y sus sucesores. Sin embargo, las elecciones generales de 2025 revelan un giro profundo en la preferencia ciudadana: el occidente boliviano ya no responde a una sola narrativa y se ha convertido en un territorio electoral en disputa.
En La Paz, la capital política del país, Rodrigo Paz Pereira logró un 46,8 % de respaldo, rompiendo una hegemonía que el MAS mantuvo con comodidad desde 2006. En 2014, el partido azul había alcanzado el 68,92 %, y en 2020 todavía logró conservar un 68,36 %. El resultado actual marca un punto de inflexión. La caída no es solo estadística: refleja el rechazo de un electorado urbano y crítico que ha pasado de la fidelidad al hartazgo. En medio de una crisis institucional prolongada, la figura de Paz emergió como una alternativa viable, articulada y con experiencia.

Oruro, otro histórico bastión del masismo, también se sumó al reacomodo. Allí, Paz logró un 45,55 %, superando al MAS, que había obtenido el 66,42 % en 2014 y descendido levemente a 62,94 % en 2020. Esta región, profundamente golpeada por el desempleo y la debacle del sector minero, optó por un cambio. El voto orureño ya no responde al discurso de reivindicación histórica, sino a la necesidad urgente de soluciones prácticas frente a una crisis económica que el gobierno no ha sabido contener.
Potosí, con una historia reciente marcada por conflictos sociales en torno al litio, siguió la misma línea. Rodrigo Paz obtuvo el 45,2 %, superando al MAS por primera vez en décadas. Las heridas abiertas desde la huelga de 2019, sumadas a la imposición de nuevas leyes extractivistas sin consenso, alimentaron el descontento ciudadano. El voto potosino se volvió una advertencia clara: sin pactos sociales amplios y mecanismos de participación real, no habrá paz ni gobernabilidad.
La caída del MAS en estos tres departamentos no fue abrupta, sino progresiva. En 2014, su dominio era incuestionable, con porcentajes por encima del 64 % en cada uno. En 2020, aunque disminuidos, los resultados seguían siendo sólidos. Pero en 2025 se consumó la ruptura. El electorado boliviano, particularmente en el occidente, ha dejado atrás la lógica de adhesión automática para abrirse a nuevas propuestas políticas. Esta tendencia se nutre del desgaste del oficialismo, de la falta de respuestas frente a los conflictos regionales y del surgimiento de liderazgos como los de Paz y Quiroga, capaces de ofrecer una narrativa distinta en un contexto de incertidumbre.
En La Paz, además, la figura de Jorge Tuto Quiroga logró una irrupción significativa en zonas del altiplano, lo que refuerza la idea de un electorado fragmentado pero dispuesto a escuchar otras voces. La ciudadanía ya no vota en bloque: lo hace en clave de evaluación, de reclamo y de esperanza.
La recomposición del voto en el occidente representa un cambio estructural en la política boliviana. Lo que antes era un bastión firme del oficialismo, hoy se convierte en un campo de disputa. Los conflictos por el litio, la necesidad de consensos regionales y el cansancio acumulado por años de confrontación convierten a La Paz, Oruro y Potosí en laboratorios políticos del nuevo ciclo democrático que se abre. Allí, entre memoria y conflicto, se están escribiendo las claves del futuro.