
Mientras Estados Unidos impone nuevos aranceles del 50% a las exportaciones brasileñas, China acelera su inversión directa en el país sudamericano, ganando terreno económico y simpatía popular. Brasil busca mercados alternativos, denuncia a Washington ante la OMC y consolida su estrategia de independencia diplomática frente a las presiones políticas.
La tensión comercial entre Brasil y Estados Unidos ha abierto una nueva oportunidad estratégica para China, que no ha tardado en ocupar el espacio que Washington cede con su política de sanciones. La reciente imposición de aranceles del 50% a productos brasileños por parte del gobierno de Donald Trump ha generado una ola de reacciones diplomáticas, económicas y sociales que reposiciona a Brasil dentro del tablero global.
Una de las respuestas más visibles a esta medida ha sido la aceleración de la inversión china en territorio brasileño. Según datos del China Global Investment Tracker, China destinó 2.200 millones de dólares a Brasil solo en el primer semestre de 2025, cifra que sitúa al país como el segundo mayor destino de inversiones chinas, superado únicamente por Indonesia.
La presencia de vehículos eléctricos BYD en las calles de São Paulo, especialmente entre conductores de Uber, es apenas una señal visible del creciente vínculo económico. La automotriz china comenzó recientemente a ensamblar sus coches en suelo brasileño, ofreciendo una alternativa competitiva frente a las marcas tradicionales.

China, que desde hace más de una década es el principal socio comercial de Brasil, también ha ampliado su huella en sectores clave como la infraestructura, la minería y la logística. Destacan la construcción de una terminal portuaria en Santos por parte de Cofco, la compra de minas de níquel por parte de MMG y la provisión de mil trenes para el transporte de granos.
En contraste, la reputación de Estados Unidos se ha visto golpeada entre los brasileños. Un reciente sondeo de Quaest revela que la imagen negativa de EE. UU. se duplicó hasta alcanzar el 48%, mientras que la percepción favorable hacia China creció diez puntos porcentuales, situándose en el 49%.
El Gobierno de Luiz Inácio Lula da Silva no ha permanecido inactivo ante esta coyuntura. Tras el anuncio del tarifazo, el presidente se comunicó directamente con su homólogo chino, Xi Jinping, e inició una ofensiva diplomática tanto en el bloque de los BRICS como en mercados emergentes. Brasil ha denunciado a Estados Unidos ante la OMC, considera recurrir a tribunales estadounidenses, y ha intensificado las negociaciones comerciales con países como Canadá, México y la Unión Europea.
Sin embargo, desde Brasilia se mantiene la intención de reconstruir la relación con Washington. El vicepresidente y ministro de Industria, Geraldo Alckmin, recordó que miles de empresas brasileñas y estadounidenses mantienen vínculos comerciales sólidos y que una relación de 201 años no puede verse comprometida por “circunstancias coyunturales”.
El canciller Mauro Vieira, por su parte, dejó clara la posición de Brasil: está dispuesto a dialogar sobre cuestiones comerciales, pero no aceptará presiones sobre el sistema judicial ni interferencias en el juicio que enfrenta el expresidente Jair Bolsonaro. “Seguiremos insistiendo en la necesidad de separar las cuestiones comerciales de las políticas”, advirtió.
En un escenario global marcado por tensiones geopolíticas, proteccionismo y rivalidades entre potencias, Brasil se mueve con pragmatismo. Aumenta su acercamiento a China, diversifica sus alianzas y lanza un mensaje claro: no se dejará arrastrar a una lógica de sumisión ni económica ni diplomática.