Perfil del nuevo presidente de Bolivia
El nuevo presidente electo lleva una vida entera rodeado de la política; en su primera apuesta en solitario ha apostado por los valores tradicionales de Dios, Patria y Familia y por un «capitalismo para todos» que ha conquistado a los electores
Hijo de un expresidente y heredero de una larga tradición política que entrelaza los apellidos Paz y Zamora, Rodrigo Paz Pereira (Santiago de Compostela, 1967) ha pasado toda su vida rodeado de poder, debates y exilios. También, de una permanente tensión entre el peso de la herencia familiar y la necesidad de construir una identidad propia. Su carrera —que comenzó a los 35 años en el Parlamento y que lo llevó después a la Alcaldía de Tarija y al Senado— refleja tanto su persistencia como las contradicciones de una generación que se formó mirando al mundo, pero tuvo que desempeñarse en una Bolivia impredecible.
Un linaje que explica
Nació mientras sus padres estudiaban en Lovaina (Bélgica), a donde Jaime Paz Zamora fue enviado luego del golpe de Estado de René Barrientos a Víctor Paz Estenssoro. No fue técnicamente un exilio, pero Jaime Paz Zamora, ya era un “joven inquieto” de corriente marxista que luego fundaría el Movimiento de Izquierda Revolucionario (MIR), después sería vicepresidente con Hernán Siles Zuazo y presidente de Bolivia entre 1989 y 1993. Su madre, Carmen Pereira, de nacionalidad española, lo tuvo en Galicia, en casa de sus padres. Pero su raíz boliviana no se discutió nunca: lo inscribieron como boliviano desde el primer día, y creció con la idea de pertenecer a un país al que debía volver.
La saga familiar en Bolivia se remonta al siglo XIX, cuando los Paz Baigorri huyeron de la dictadura de Rosas en Argentina y se asentaron en Tarija. De esa rama saldrían figuras decisivas en la historia nacional, como Víctor Paz Estenssoro, arquitecto de la Revolución de 1952, y Néstor Paz Galarza, padre de Jaime. Por línea política, Rodrigo es nieto ideológico de dos troncos que marcaron el siglo XX: el nacionalismo revolucionario y la izquierda socialdemócrata. Esa doble herencia, reformista y pragmática, todavía atraviesa su discurso.
De la élite cosmopolita al barro de la política
Educado en colegios y universidades del extranjero, con formación en economía y gestión pública, Rodrigo Paz ingresó al escenario político en 2002, ganando la diputación por la circunscripción tradicional de Tarija bajo el paraguas del MIR. En 2005 repitió el cargo, esta vez con Podemos, precisamente la alianza que conformó su hasta hoy contrincante, Jorge “Tuto” Quiroga, con los restos de partidos agonizantes, como el propio MIR y su ADN. La política, sin embargo, seguía siendo su territorio natural.
A su regreso a Tarija en 2010, de la mano de Óscar Montes – alcalde de Tarija de 1999 a 2015 y líder de una de las últimas escisiones del MIR de carácter departamental – asumió la presidencia del Concejo Municipal. Montes lo vio como su delfín: preparado, con apellido y con ambiciones. En 2015 le cedió la candidatura a la Alcaldía de Tarija, que Paz ganó con holgura. La alianza se quebró pronto y de forma traumática: el sucesor quiso ser autor de su propio libreto y el mentor no se lo perdonó. A partir de entonces, Montes y Paz encarnaron la clásica tensión entre el caudillo territorial y el político cosmopolita de proyección nacional que hasta hoy se sigue escribiendo.
La Alcaldía: modernizador o esteta
La gestión municipal en Tarija (2015–2020) marcó su punto más alto y su principal desgaste. Electo con más del 55% de los votos, impulsó una visión de modernización institucional —digitalización tributaria, reformas en compras menores, fortalecimiento del área social— y planteó una Tarija “futurista”. Pero esa ambición chocó con una ciudad conservadora, golpeada por la caída de los ingresos gasíferos y más exigente en obras concretas que en símbolos.
Su apuesta por proyectos emblemáticos, como el Puente 4 de Julio o el Hito de la Integración, se interpretó como un exceso de forma sobre fondo. Aun así, dejó políticas pioneras, como la creación de la Secretaría de la Familia y la asignación de psicólogos a cada colegio, un antecedente de la atención integral a la infancia en gobiernos locales. Su legado municipal quedó dividido: para unos, un intento modernizador adelantado a su tiempo; para otros, una gestión sin aterrizaje en las necesidades urgentes.
El político en tránsito
Tras dejar la Alcaldía, se sumó a Comunidad Ciudadana (CC), la alianza de Carlos Mesa, con quien mantiene una relación de confianza. Fue electo senador por Tarija en 2019 y se consolidó como uno de los cuadros de proyección nacional dentro de la oposición democrática. Desde que se lanzó como candidato presidencial por el Partido Demócrata Cristiano (PDC), representó una suerte de “tercera vía” dentro de la oposición: moderado en el tono, institucionalista en el discurso y firmemente convencido de que la renovación política no pasa por el grito, sino por la experiencia.
Su estilo contrasta con el de los viejos liderazgos: no es de barricada ni de confrontación, sino de palabra medida, estética cuidada y apelación constante a los valores de familia, fe y patria. En redes, ha sabido traducir su mensaje en formatos ligeros y emotivos, a veces con ironía y siempre con un aire de naturalidad que lo ha distinguido de sus rivales en tiempos de política performativa.
La familia, su ancla más visible
A su lado, desde hace más de tres décadas, está María Elena “Bibi” Urquidi, economista paceña de linaje político y carisma silencioso. Se conocieron en la juventud y compartieron estudios en España y Estados Unidos. Tienen cuatro hijos, y juntos han proyectado una imagen de familia sólida, elegante y sin estridencias, que se convirtió en uno de los activos simbólicos de sus campañas.
El matrimonio ha funcionado como un equipo: ella, discreta pero presente; él, romántico y agradecido en cada acto público. Su video viral de campaña —ambos conversando en la cama mientras la hija mayor plancha ropa al fondo— condensó una estrategia comunicacional basada en autenticidad, cercanía y cierto sentido del humor.
El dilema del heredero
En el tablero político boliviano, Rodrigo Paz ha encarnado un desafío recurrente: cómo ser heredero sin ser repetición. Su apellido le ha abierto puertas durante toda su vida, pero también le obliga a probar que su liderazgo no es un legado, sino una construcción. Paz no tiene el carisma disruptivo de los caudillos ni el fervor populista de sus antecesores; su apuesta en campaña, más bien, ha sido la de un retorno a la política civilizada, a la gestión ordenada y al diálogo, con más inclusión social que, al final, le han ayudado a ganar.
Su triunfo en la primera vuelta lo colocó frente al espejo de su propia historia. Hoy es el presidente de todos los bolivianos. Si logra o no emanciparse del peso de su apellido, dependerá de si los bolivianos ven en él al hijo de Jaime Paz o al Rodrigo Paz que quiso ser presidente por mérito propio. Ahora empieza lo difícil.
Fuente: El Pais
